Marta
LOS CIMIENTOS
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Marta es mucho más mayor que yo. Cuando yo nací ella tenía ya tres días de presencia en este mundo, y la acumulación de experiencia y sabiduría de esos tres días siempre ha sido un handicap de inmadurez que he tenido hacia ella. Nacimos la misma semana del mismo año, ella un martes y yo un viernes. Piscis de 1952.
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La conocí cuando teníamos 20 años. Ella se convirtió primero en la novia, y después la mujer, de mi mejor amigo. Era una niña inteligente, culta, y revolucionaría, de familia bien, de familia muy bien. Médica, psiquiatra, estábamos en aquella época haciendo la revolución cultural, empezando por nosotros mismos. Todo era posible, todas las alternativas estaban abiertas. La comuna era una de ellas. No llegué a compartir sus cuerpos, el suyo y el de mi amigo, pero si compartí su intimidad. Recuerdo una noche en la que esa intimidad se desarrolló a pocos metros de mi presencia, y cuando acabaron les mostré mi cariño por esa confianza.
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Nos parecemos mucho, mucho. Tanto que, durante años, le decía a Fernando que en realidad lo que pasaba es que él estaba enamorado de mí, pero que como no era posible que yo le diera un sí, se había tenido que buscar una mujer idéntica a mí para poder sustituirme.
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Pero la seguridad, la iniciativa, la inteligencia de Marta me intimidaban. Pocas veces me atrevía a quedarme a solas con ella porque no sabía como llevar la conversación, no sabía que temas plantear, como contestar con soltura. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que hayamos tenido en aquella época una conversación a solas ella y yo. De hecho solo recuerdo una. Nuestra relación era sin embargo de confianza, y de confianza física. Las desnudeces no nos turbaban, las compartíamos, pero en el fondo las estructuras burguesas estaban subyacentes, y nunca llegamos a formar trío.
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Fernando y Marta se casaron.
Fernando y Marta se separaron.
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Una soplapollez de Fernando. Habían transcurrido 11 años. Mientras habían tenido dos niñas, una casa cerca de Pedraza, y una vida de novela costumbrista de pareja de los años 80. Yo compartí los avatares de esa pareja. Sobretodo cuando a raíz de mi separación de Lucía, en el 85, yo me lancé a la recuperación de mi apetito hormonal, y les llevaba, para que las conocieran, a casi todas las niñas con las que salía esporádicamente. No todas, no al ritmo de una semanal, solo algunas. Marta estaba, como psiquiatra..., muy preocupada, porque ese desenfreno no era evidentemente expresión de una estabilidad interna.
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EL DOLOR
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El día que el tonto de Fernando dejó a Marta por una secretaria, o casi, el mundo de Marta se derrumbó. Había construido toda su vida sobre bases sólidas, definitivas, y esas bases sólidas desaparecían de la noche a la mañana. Recuerdo que me llamó a las pocas horas, destruida, para llorar su situación. Me acuerdo de aquella escena en el sofá de su consulta. Fue la primera vez que, con toda la ternura del mundo, la cogí la mano mientras sollozaba. Ella retiró la mano. No era una ternura sensual la que tuve. No sé como la interpretó ella, seguramente no estaba ni para interpretaciones. Debió retirarla simplemente porque estaba en una situación de fetalismo (sí, de feto) emocional.
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Cuando esto ocurrió yo llevaba, creo, dos o tres meses saliendo con Ana. No mucho, pues todavía vivía en la Plaza Mayor (donde recibí su llamada de socorro), por lo tanto antes de que me trasladara, con maletas, a casa de Ana. Lo cuento porque después ella misma lo mencionará.
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A raíz de su separación, y de su detresse, construimos, perdón, reforzamos, más una amistad biunívoca. Antes con la presencia de Fernando, y a pesar de nuestra enorme complicidad (que a Fernando le debía molestar sobremanera, pero que superaba con suficiencia paternalista) nunca habíamos tenido una comunicación de tú a tú profunda e intima. Empezamos a cenar y a comer de cuando en cuando solos para contarnos nuestras vidas. Ana que es celosa por naturaleza lo estaba de mi amistad con Marta Eso dificultaba nuestras posibilidades de vernos, y yo decidí que los celos de Ana no eran legítimos y que mi amistad con Marta, de ya cerca de 14 años, pasaba por encima. Almorzábamos sin que yo se lo comentara a Ana.
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Así continuó la relación durante 5 años. Hasta el 92.
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LA NOCHE.
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Una noche. Una cena. Julio. Cenamos. Fuimos a tomar una copa a las terrazas del Conde Duque. Las que había montado el Concejal de Cultura con actuaciones experimentales alternativas. Le quitaron, claro. Ella había adelgazado, yo también. Teníamos cuerpos nuevos. 40 años. Sin estrenar. Al menos por mi parte. Llevaba 6 años siendo fiel. Seguí otros 6 siéndolo después de esa noche.
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Cuando la llevé a casa me propuso tomar un café. Había ocurrido otras veces, y no había ocurrido nada. Esta vez me acerqué a ella, sentada en el sofá y la besé, dispuesto a retirarme si no era bienvenido. Lo fui.
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Fue una relación de confianza, de entrega intima, de algo que compartíamos de toda la vida. Hubo sus momentos de pasión, de pasión liberada, no de pasión incontrolable. Mi cuerpo era suyo, el suyo era mío. La confianza inmensa de lo que nos unía por encima, y más allá de la sexualidad. Ella no tomaba nada. Tuvo varios (3) orgasmos... en los que yo me retuve. Cuando llegó el mío lo finalicé fuera. Ella tuvo gestos de ternura por el sacrificio que había hecho.
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Era algo que teníamos que haber hecho. Era algo que teníamos que haber hecho probablemente 20 años antes. Y 10. Y 5. Y uno. Y siempre. Pero al día siguiente nos entró a ambos un sentimiento de culpabilidad por lo que significaba un camino peligroso que podía hacernos perder todo nuestro patrimonio de amistad tierna. Yo no había engañado nunca a mi mujer. No volví a engañarla en los siguientes seis años. Fue una sola noche excepcional. Como excepcional es la unión que tenemos Marta y yo.
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Cuando volvimos a comer juntos unas semanas después no volvimos a hablar del tema. Comprendimos que esa noche era nuestro patrimonio irrenunciable, irrepetible.
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LA VIDA
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Los siguientes seis años fueron de recomposición vital de Marta. Encontró un estupendo compañero de trayecto. Hombre sensible, culto y tierno. Ella, siempre inteligente tomó una decisión como solo las personalidades fuertes saben tomar. A los 49, Directora del Departamento de Psiquiatría Infantil más importante de España, decide que ya ha hecho suficiente y que es hora de retirarse. Se jubila a los 50. Se compra una preciosa Iglesia del siglo XV en un pueblo medieval de la Castilla profunda, y se va a vivir allí, creando una Fundación.
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Coincide con el momento en el que yo decido recuperar mi libertad. En una de nuestras comidas/cenas le planteo la posibilidad de recuperar nuestra intimidad sexual. Declina la invitación con ternura y confianza. La excusa es que está mayor para esas pasiones. La verdad es que quiere jugar limpio con su pareja, que nuestra relación no sería sino un juego sensual que solo ornamentaría nuestra relación profunda y que esos juegos los puedo encontrar sin necesitarla a ella.
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Además, los tiempos han jugado en nuestra contra. Tú, desde siempre, tenías que haber sido mi pareja en esta vida. Pero te uniste a Ana un par de meses antes de que yo me separara de Fernando. Si tu no hubieras estado comprometido en aquel momento, yo habría desarrollado contigo lo que estaba cantado que era nuestro destino. Cantado desde años antes, a pesar de que estuviéramos tu y yo casados en aquél momento, respectivamente, con Lucía y Fernando. Si tu compromiso con Ana no hubiera existido, aunque solo por dos meses, de cuando te iba yo a dejar escapar. Los tiempos en esta vida han ido en contra nuestro. No ha sido posible en su momento que coincidiéramos para compartir más nuestras vidas. Esto es lo que la vida nos a deparado. Aceptémoslo. Sigamos así
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Era un razonamiento de amor e inteligencia. Desgraciadamente indiscutible.
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Seguimos viéndonos. Cuando puedo, porque mis viajes me llevan a menos de 100 kilómetros de su casa, me desvío para compartir algunas horas, algunos siglos, con ella y con su pareja.
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Y hablamos del tiempo.
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Marta es mucho más mayor que yo. Cuando yo nací ella tenía ya tres días de presencia en este mundo, y la acumulación de experiencia y sabiduría de esos tres días siempre ha sido un handicap de inmadurez que he tenido hacia ella. Nacimos la misma semana del mismo año, ella un martes y yo un viernes. Piscis de 1952.
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La conocí cuando teníamos 20 años. Ella se convirtió primero en la novia, y después la mujer, de mi mejor amigo. Era una niña inteligente, culta, y revolucionaría, de familia bien, de familia muy bien. Médica, psiquiatra, estábamos en aquella época haciendo la revolución cultural, empezando por nosotros mismos. Todo era posible, todas las alternativas estaban abiertas. La comuna era una de ellas. No llegué a compartir sus cuerpos, el suyo y el de mi amigo, pero si compartí su intimidad. Recuerdo una noche en la que esa intimidad se desarrolló a pocos metros de mi presencia, y cuando acabaron les mostré mi cariño por esa confianza.
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Nos parecemos mucho, mucho. Tanto que, durante años, le decía a Fernando que en realidad lo que pasaba es que él estaba enamorado de mí, pero que como no era posible que yo le diera un sí, se había tenido que buscar una mujer idéntica a mí para poder sustituirme.
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Pero la seguridad, la iniciativa, la inteligencia de Marta me intimidaban. Pocas veces me atrevía a quedarme a solas con ella porque no sabía como llevar la conversación, no sabía que temas plantear, como contestar con soltura. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que hayamos tenido en aquella época una conversación a solas ella y yo. De hecho solo recuerdo una. Nuestra relación era sin embargo de confianza, y de confianza física. Las desnudeces no nos turbaban, las compartíamos, pero en el fondo las estructuras burguesas estaban subyacentes, y nunca llegamos a formar trío.
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Fernando y Marta se casaron.
Fernando y Marta se separaron.
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Una soplapollez de Fernando. Habían transcurrido 11 años. Mientras habían tenido dos niñas, una casa cerca de Pedraza, y una vida de novela costumbrista de pareja de los años 80. Yo compartí los avatares de esa pareja. Sobretodo cuando a raíz de mi separación de Lucía, en el 85, yo me lancé a la recuperación de mi apetito hormonal, y les llevaba, para que las conocieran, a casi todas las niñas con las que salía esporádicamente. No todas, no al ritmo de una semanal, solo algunas. Marta estaba, como psiquiatra..., muy preocupada, porque ese desenfreno no era evidentemente expresión de una estabilidad interna.
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EL DOLOR
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El día que el tonto de Fernando dejó a Marta por una secretaria, o casi, el mundo de Marta se derrumbó. Había construido toda su vida sobre bases sólidas, definitivas, y esas bases sólidas desaparecían de la noche a la mañana. Recuerdo que me llamó a las pocas horas, destruida, para llorar su situación. Me acuerdo de aquella escena en el sofá de su consulta. Fue la primera vez que, con toda la ternura del mundo, la cogí la mano mientras sollozaba. Ella retiró la mano. No era una ternura sensual la que tuve. No sé como la interpretó ella, seguramente no estaba ni para interpretaciones. Debió retirarla simplemente porque estaba en una situación de fetalismo (sí, de feto) emocional.
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Cuando esto ocurrió yo llevaba, creo, dos o tres meses saliendo con Ana. No mucho, pues todavía vivía en la Plaza Mayor (donde recibí su llamada de socorro), por lo tanto antes de que me trasladara, con maletas, a casa de Ana. Lo cuento porque después ella misma lo mencionará.
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A raíz de su separación, y de su detresse, construimos, perdón, reforzamos, más una amistad biunívoca. Antes con la presencia de Fernando, y a pesar de nuestra enorme complicidad (que a Fernando le debía molestar sobremanera, pero que superaba con suficiencia paternalista) nunca habíamos tenido una comunicación de tú a tú profunda e intima. Empezamos a cenar y a comer de cuando en cuando solos para contarnos nuestras vidas. Ana que es celosa por naturaleza lo estaba de mi amistad con Marta Eso dificultaba nuestras posibilidades de vernos, y yo decidí que los celos de Ana no eran legítimos y que mi amistad con Marta, de ya cerca de 14 años, pasaba por encima. Almorzábamos sin que yo se lo comentara a Ana.
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Así continuó la relación durante 5 años. Hasta el 92.
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LA NOCHE.
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Una noche. Una cena. Julio. Cenamos. Fuimos a tomar una copa a las terrazas del Conde Duque. Las que había montado el Concejal de Cultura con actuaciones experimentales alternativas. Le quitaron, claro. Ella había adelgazado, yo también. Teníamos cuerpos nuevos. 40 años. Sin estrenar. Al menos por mi parte. Llevaba 6 años siendo fiel. Seguí otros 6 siéndolo después de esa noche.
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Cuando la llevé a casa me propuso tomar un café. Había ocurrido otras veces, y no había ocurrido nada. Esta vez me acerqué a ella, sentada en el sofá y la besé, dispuesto a retirarme si no era bienvenido. Lo fui.
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Fue una relación de confianza, de entrega intima, de algo que compartíamos de toda la vida. Hubo sus momentos de pasión, de pasión liberada, no de pasión incontrolable. Mi cuerpo era suyo, el suyo era mío. La confianza inmensa de lo que nos unía por encima, y más allá de la sexualidad. Ella no tomaba nada. Tuvo varios (3) orgasmos... en los que yo me retuve. Cuando llegó el mío lo finalicé fuera. Ella tuvo gestos de ternura por el sacrificio que había hecho.
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Era algo que teníamos que haber hecho. Era algo que teníamos que haber hecho probablemente 20 años antes. Y 10. Y 5. Y uno. Y siempre. Pero al día siguiente nos entró a ambos un sentimiento de culpabilidad por lo que significaba un camino peligroso que podía hacernos perder todo nuestro patrimonio de amistad tierna. Yo no había engañado nunca a mi mujer. No volví a engañarla en los siguientes seis años. Fue una sola noche excepcional. Como excepcional es la unión que tenemos Marta y yo.
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Cuando volvimos a comer juntos unas semanas después no volvimos a hablar del tema. Comprendimos que esa noche era nuestro patrimonio irrenunciable, irrepetible.
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LA VIDA
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Los siguientes seis años fueron de recomposición vital de Marta. Encontró un estupendo compañero de trayecto. Hombre sensible, culto y tierno. Ella, siempre inteligente tomó una decisión como solo las personalidades fuertes saben tomar. A los 49, Directora del Departamento de Psiquiatría Infantil más importante de España, decide que ya ha hecho suficiente y que es hora de retirarse. Se jubila a los 50. Se compra una preciosa Iglesia del siglo XV en un pueblo medieval de la Castilla profunda, y se va a vivir allí, creando una Fundación.
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Coincide con el momento en el que yo decido recuperar mi libertad. En una de nuestras comidas/cenas le planteo la posibilidad de recuperar nuestra intimidad sexual. Declina la invitación con ternura y confianza. La excusa es que está mayor para esas pasiones. La verdad es que quiere jugar limpio con su pareja, que nuestra relación no sería sino un juego sensual que solo ornamentaría nuestra relación profunda y que esos juegos los puedo encontrar sin necesitarla a ella.
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Además, los tiempos han jugado en nuestra contra. Tú, desde siempre, tenías que haber sido mi pareja en esta vida. Pero te uniste a Ana un par de meses antes de que yo me separara de Fernando. Si tu no hubieras estado comprometido en aquel momento, yo habría desarrollado contigo lo que estaba cantado que era nuestro destino. Cantado desde años antes, a pesar de que estuviéramos tu y yo casados en aquél momento, respectivamente, con Lucía y Fernando. Si tu compromiso con Ana no hubiera existido, aunque solo por dos meses, de cuando te iba yo a dejar escapar. Los tiempos en esta vida han ido en contra nuestro. No ha sido posible en su momento que coincidiéramos para compartir más nuestras vidas. Esto es lo que la vida nos a deparado. Aceptémoslo. Sigamos así
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Era un razonamiento de amor e inteligencia. Desgraciadamente indiscutible.
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Seguimos viéndonos. Cuando puedo, porque mis viajes me llevan a menos de 100 kilómetros de su casa, me desvío para compartir algunas horas, algunos siglos, con ella y con su pareja.
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Y hablamos del tiempo.
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